
En lo profundo del mar, pero no tan hondo como para alcanzar la oscuridad, se encontraba Iruka, iba nadando despreocupadamente, cantando una melodía que ni los elfos podrían descifrar.
Pero no muy lejos, dos ojos brillantes, fieros como para atemorizar a la bestia más valiente, lo observaban.
Conforme el miedo se apoderaba de Iruka, una silueta enorme se dibujaba entre la espesura del agua, imponente como un Dios del olimpo, se erguía un tiburón gris como el día más sombrío que se pudiera imaginar.
To be Continued ...
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