
Han pasado varias semanas desde el sepulcro de papá y todavía siento que todo es una pesadilla. Mi voz a muerto, no puedo dormir y el pequeño pedazo de mundo que tenía terminó por derrumbarse. Mamá dice que vuelva a tener la vida de siempre, que salga con mis amigos y asista a la escuela, pero ¿eso es posible?, creo que no.
El despertador vuelve a sonar, con su tintineo chillón de siempre. Pero esta vez no tiene a quien despertar. Escucho la voz de mi madre, no logro entender lo que dice pero le respondo que ya bajo.
Me siento en una silla y espero que sirva el desayuno. No tengo ni la menor idea de como bajé por las escaleras. Mantengo la vista fija en el suelo, tratando de no ver el rostro de mi madre y anhelando ver el de mi padre. Mi cuerpo a perdido vida, tengo un vacío creciendo día a día en mi interior, consumiendo mis esperanzas, llenandome de soledad. Aún no logro entender porqué los dioses nos arrebatan a los seres que más queremos y ya ni sé que es peor, si morir o vivir sabiendo que morirás, ¿de que manera? es lo que me pregunto todas las noches.
-¿Por qué no vas al cine hoy?.-Preguntó mamá. Finjiendo una voz dulce, como si fuera un día cualquiera, negando los hechos, ocultando su dolor.
-No tengo ganas de salir, estaré en mi habitación.-Respondí.
-Estar todos los días encerrada no es bueno para tu salud amor. Que te parece si hoy pido permiso en el trabajo y nos vamos de compras.
-No quiero salir, ni hoy ni nunca.
-Mily, sé como te sientes y te entiendo. Pero tienes que madurar y ver la realidad. Papá ya no está con nosotras y...
-¡No digas eso!.-Grité. Interrumpiendo sus palabras.
Miré fijamente los ojos de mi madre y ví como aquellas lágrimas caían rozando sus mejillas, atravesando el dolor para olvidar los recuerdos.
Me levanté de la silla y salí corriendo, subiendo las escaleras, conteniendo las lágrimas y dejando a mamá inmóvil, abrazando su soledad.
Abrí la puerta de mi habitación, entré y la cerré con fuerza, golpeando al mundo. Me recosté sobre la cama, abracé mi almohada y no pude contener más el dolor. Las lágrimas inundaron mi alma, me ahogaban y no podía nadar, no me quedaban fuerzas, deseaba morir. El dolor se acrecentaba, se pozaba en mi pecho como una inmensa llama ardiente, quemando las viejas fotografías amarillentas de papá, recordandome que él ya no está aquí y que jamás volverá.
Después de la tormenta, mi cuerpo yacía sobre la arena, cansado y con el dolor desvaneciendose de mi pecho. La vista se me nublaba, los días sin dormir me empezaban a pasar factura y no pude resistirme a los brazos de Morfeo.
Sentí como mi cuerpo flotaba, el viento acariciaba mi rostro y una melodía conocida arrullaba mis sueños, tranquilizandome. Mis manos acariciaron la superficie y sentí aquella piel, áspera al contacto pero muy cómoda para descansar. Abrí lentamento los ojos y como había imaginado, me encontraba volando sobre el lomo de Nelkhael. La tierra bajo nosotros empezaba a bañarse de un tono rojizo, el ocaso caía irreversiblemente.
Los grandes árboles, y digo grandes, porque eran inmensamente grandes. Mucho más altos y fornidos que los árboles del mundo real. Eran otro tipo de árboles, parecían mágicos, sus hojas brillaban con luz propia, como pequeñas luciérnagas a la espera de oscuridad para lucir sus esplendorosos cuerpos.
Aquellos árboles, se alzaban imponentes como dioses griegos, acariciando el cielo y bailando al ritmo insonoro de la brisa.
Volamos por encima de esos titanes de cuerpos versosos, pasando por senderos trazados entre el bosque. Y la silueta de Nelkhael se dibujaba cuando sobrevolabamos claros, cubiertos de hermosas flores.
En el horizonte se podían distinguir grandes picos de sombreros blancos, sus cuerpos rocosos se extendían a sus anchas, abriendose paso y dejando pasar ríos de agua cristalina entre sus faldas, refrescando sus pies.
La noche era inminente y empezaba a preocuparme. Nelkhael no me había dicho ni una palabra desde que desperté y eso no era habitual en él. Además volaba apresuradamente, como si quisiera escapar de la noche. ¿Noche?, nunca antes había volado por estas tierras de noche. Y a decir verdad, su apecto cambiaba cuando está envuelta en tinieblas.
Comenzaba a sentir temor y decidí preguntar.
-Nelkhael ... ¿hacia donde nos dirigimos?.-Pregunté tímidamente, arrastrando cada palabra y llenandolas de suavidad.
-No es momento para preguntas señorita. Pero para su tranquilidad, creo que le interesará saber que nuestro destino está próximo. No falta mucho para llegar, por favor tenga paciencia y no haga preguntas hasta que el momento llege.
Luego, Nelkhael agitó sus alas con fuerza, cortando el viento, volando más deprisa, haciendo que el viento golpeara mi rostro y revolviera mis cabellos.
Volamos por varios minutos, por momentos miraba hacia abajo con la esperanza de encontrar alguna luz. Pero todo estaba en oscuridad, ni un sonido se asomaba a mis oídos, sólo el silbido del viento que Nelkhael provocaba al agitar sus enormes alas. Cuando de improviso, mientras tenía la atención perdida en aquella oscuridad abrumadora, Nelkhael pronunció palabra.
-Hemos llegado señorita.-Dijo en tono grave.
Al escuchar esas palabras, miré unas cuantas veces hacia abajo. Pero todo seguía oscuro. Pero una pequeña luz blanquecina llamó mi atención, reflejandose en mis ojos.
Voltié y miré hacia el horizonte.
Continuará ...
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