Nunca imaginé que la muerte iba a tocar la puerta de mi casa. Mucho menos que mi padre iba a ser vulnerado, penetrado en su brindado traje de acero.
Jamás imaginé que mi héroe podría ser asesinado.
Pero mi padre a muerto, y eso no puede ser cierto. Me niego a admitir la caída de mi Rey. Niego este momento, por que en este preciso momento debo estar soñando. Un sueño oscuro, aquellos sueños que me desagradan.
Aquel policía era un demonio. Un mensajero de la muerte, complice de esta situación.
Mamá no pudo evitar romper en llanto, cerró la puerta en las narices del oficial, impidiendo que las palabras sigan consumiendo su razón. Se acercó hacia mí, con sus ojos rojizos derramando tristeza.
Mi mente divagaba por los confines del mundo. Paseandose por los hombros cansados de Atlas, y cayendo hacia el Hades, sumergiendose en el Estigia, viajando entre las almas en pena de antiguos guerreros.
-Mily ...-Susurró mamá.
Dejando que su voz se quiebre con cada palabra. Rodeandome con sus brazos, recostandome en su pecho mientras acariciaba mis cabellos.-Todo estará bien.-Concluyó, y su voz se desgarró junto con sus sueños. Ese dolor me era desconocido. Un dolor ajeno a mi mundo.
Mi castillo había quedado sin su rey, y los bandidos empezaban a invadirlo, destruyendolo, poseyendo a sus mujeres y sentándose en el trono que mi padre había dejado disponible.
-Mami ... mami.-Acaricié las palabras al borde del dolor.
-¿Esto es un sueño, verdad?.-Pregunté con ilusión ... con esperanza.
Mamá no respondió. Estaba inmersa en su dolor, y ahora empezaba a creer en todo.
Me escondí entre los brazos de mi madre, ocultando mi rostro, sintiendo su calor. Ocultandome de los bandidos, esperando que la pesadilla termine. Ese día, compartimos el mismo dolor.
Continuará...
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