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sábado, 11 de diciembre de 2010

Semi-Dioses : Destino # 2

El hijo de Poseidón.


En el cielo las bacanales se celebraban casi a diario. Ya sea por el nombramiento de algún dios menor o simplemente por festejar.
En la tierra la algarabía no era menor. Los mortales se encerraban largas horas en las tabernas a beber hasta embriagar sus corazones valerosos y, no dormían hasta llevarse una mujer a la cama.

Cielo y tierra, unidos por una orgía de placeres y éxtasis. Llenaban el ambiente de notas musicales. A veces dulces y otras enérgicas. Em ambos casos, cantadas a todo pulmón.
Recitando versos de batallas contra criaturas monstruosas y de héroes muertos en batalla.
Alzaban sus copas a la tenue luz de las antorchas y recitaban plegarias para sus dioses.

Las constelaciones, brillantes en el infinito, unidas por la noche. Depositaban su atención en aquellos seres descarriados.
Pero aún más brillantes y esplendorosos que las estrellas, se alzaban los dioses. Regocijándose en su morada, disfrutando burlonamente del espectáculo. Deleitando sus oídos con las más dulces notas del músico más talentoso, llenando sus copas de reluciente oro y sus estómagos de la divina ambrosía.

Muy distante de aquél desenfreno de pasiones, oculta por la noche, se encontraban los mares.
Disfrutando de su paz habitual, con su ir y venir de olas, murmurando canciones en una lengua muy antigua, pero igualmente relajante.
Atrayéndonos hacia sus profundidades, donde la oscuridad es eterna. Y en el fondo de ese reino, guiado por las corrientes adecuadas. Podemos ubicar el palacio de Poseidón. Dios de ríos, mares y océanos. Hermano de Zeus y Hades. Quien oculta entre sus dominios, su más preciado secreto.

En una torre muy antigua, contruída de granito, reforzada por el poder de los dioses. Se encontraba, encerrado en una celda, confundiéndose entre las sombras, un joven.
Con la cabeza gacha, oculta entre sus piernas, que a la vez estaban sostenidas por gruesas cadenas adheridas a la pared musgosa, en la cual recostaba su espalda.
Sus ropas estaban hechas trizas y no por haber combatido con algún monstruo marino. Si no por el paso de los años.
Su piel relucía de entre la oscuridad, como una seda blanquecina, pero ensuciada con la mugre del lugar. Una pequeña habitación de rocas enormes, con musgo y corales creciendo en todas partes. Desprendiendo un aroma marino, mezcla de algas y peces. Unos barrotes gruesos y oxidados cubrían la única entrada de lo que era por largos años, su prisión.

-¿Cómo se siente hoy?.-Preguntó la Nereida. En tono dulce. Acariciando las palabras.
Sólo obtuvo un largo silencio como respuesta.

-Creo que sin ganas de hablar.-Continuó. Como si no hubieses existido ninguna pausa.

-Aunque hice un largo viaje solo para hablar con usted... pero si no quiere...

-¿Creen que no los oigo?-Preguntó el joven. Alzando la mirada, dejando relucir sus ojos profundos, de un color verde oscuro. Cortando el comentario de su visitante.

-No logro comprender, joven Neró. Aveces dice cada frase sin la mínima...

-Los oigo Delfíni. Cada noche. Regocijándose, celebrando, riéndo a carcajadas. Como si hubiese una razón para hacerlo.-Protestó Neró. Frunciendo el ceño y mirando fijamente a Delfíni, con sus ojos verdes que ahora brillaban de un color esmeralda. Evitando que termine su frase por segunda vez.

-Ellos no tienen esa inten...

-Claro que la tienen. Ellos me encerraron. Mi propio padre me envió al exilio cuando aún era un bebé.-Protestó furioso.
De pronto su celda comezó a temblar, las rocas desprendían pequeños pedazos de granito. Pero no era sólo su celda, toda la torre retumbaba, amenazando con derrumbarse.

-Tranquilicese joven Neró.-Sugirió Delfíni. En tono suplicante. Mirando al joven directamente a los ojos.

La celda cezó de retumbar y la Nereida pudo tragar saliba.

-No es justo.-Se lamentó el joven. Sumergiendo su voz en melancolía e intentándo aplacar su ira.

-A veces los dioses no son justos joven Neró.-Comentó la Nereida. Sosteniendo los barrotes con sus manos transparentes. Dibujando una sonrisa en su rostro dotado de una belleza anhelante. De inmediato comenzó a susurrar un cántico dulce, conmovedor, lleno de nostalgia. Pero sólo Neró pudo oír los versos.

- A veces me arrepiento de ser hijo de Poseidón.-Se lamentó.
Ocultando nuevamente su rostro, mientras las sombras lo envovían nuevamente en su prisión. Consolado solamente por la canción de Delfíni.

Muy arriba. En la superficie. Se escuchó un estallido ensordecedor. Alquien, había hecho enojar al señor de los cielos, Zeus.

Continuará...

1 comentarios:

daiana chavarria dijo...

Hey amigo, me fascina esa imagen, es mi dios favorito de la mitlogia griega!!! felicidades y sigue enalteciendo el nombre del gran poseidon!